viernes, 20 de julio de 2012

Caos

A veces me pregunto si hice bien en rehusarme a seguir mis sueños. Creo que algo mal hice en el proceso de construcción de mi vida. Sino, no me encontraría tan mal en estos momentos. ¿Elegí la carrera equivocada? ¿Mi vocación no era la escogida? ¿Por qué comenzar un noviazgo en lugar de disfrutar de la vida? Miles de preguntas sin respuesta, decisiones aparentemente mal tomadas cuyo único móvil fue el miedo y su producto hoy es la tristeza.

Hoy leía sobre que la libertad no es elegir siempre y en todo momento lo que yo quiero, sino aprender a aceptar con alegría lo que me toca. ¿Es esto lo que me toca? ¿Un cajón de sueños rotos y esperanzas vanas acerca de cosas que jamás se van a cumplir? Si es así, me resultaría difícil, por no decir imposible, llegar a admitirlo algún día con complacencia como una parte inherente de mi vida.

No entiendo qué hice para merecer la carga que llevo hoy encima -que sin dudas está lejos de ser ligeramente pesada- ni por qué me duele tanto lidiar con ella. Pero tampoco comprendo por qué no debería merecerla. Estoy en una dualidad extraña, constante, entre lo que soy realmente y lo que me gustaría llegar a ser. Pero ese ideal está tan lejos de mí, en todos los sentidos, que temo no lograr nunca siquiera a asemejarme a él. 

Nadie sospecha la complejidad de los problemas que me acechan ni creo que alguna vez pueda hacerlo. Las versiones que cuento o que comprenden son siempre incompletas. Al fin y al cabo, vivo intentando disimular el extraño mundo que tengo dentro poniendo mi mejor rostro al resto. Pero ya estoy harta de ponerle una sonrisa al mundo, mientras siento que en mi interior todo se desmorona.


sábado, 14 de julio de 2012

Todavía no

Todo era mejor cuando me ignorabas.

Yo también lo hacía. La vida marchaba perfecta. Había cerrado la tortuosa etapa cuya bandera había lucido tu nombre. Demasiado tiempo encerrada en aquel caos, abrumada por tu recuerdo. Puedo sentir como si fuera ayer, el día que volví a respirar el aire puro de la libertad. Ese momento en que dejé de quererte, de necesitarte; en el que te guardé tan sólo como una de esas cosas que inevitablemente debieron suceder en tu vida, pero que ya no forman parte de tu presente, sino de tu pasado.

Mi día había sido estupendo, no esperaba que de pronto me cayera como un meteorito la noticia de que todavía recuerdas mi existencia. La sequedad que produjo en mi boca fue únicamente comparable con la dolorosa patada propinada a mi estómago. No tenías necesidad ni derecho de hacer lo que hiciste. No quería recordarte, no necesitaba recordarte. Qué egoísta eres, influenciando en mi vida con tu sonrisa de suficiencia, sabiendo que todavía, aún después de tantos años, puedes estremecerme. 

Fue lo único que hiciste, una fugaz aparición para que no te olvide, para torturarme. Y volviste a esfumarte con la misma velocidad con que te habías presentado, dejándome aquí, sola, con la horrible sensación de que una pequeña parte de mi corazón jamás dejó de pertenecerte.


Y esa maldita canción que no se sale de mi mente...